
“Sé que la Iglesia es verdadera…” He oído esta frase muchas veces mientras crecía en la Iglesia. Miles de miembros de la Iglesia dicen estas palabras cada día y millones cada año. Cuando estaba en la secundaria comencé a dudar. No recordaba haber tenido alguna vez experiencias espirituales como aquellas de las que muchos hablaban. Era difícil creer que mi familia y mis amigos estaban experimentando realmente lo que afirmaban. Crecí en el sudeste de Texas donde la Iglesia era una minoría. Recuerdo que quería desesperadamente caber en ella, ser sólo uno de los muchachos. Sin embargo, un día mientras estaba con un grupo de amigos, sentí una poderosa impresión de hacer amistad con un muchacho del colegio con el que nadie hablaba. Era algo que me impulsaba y me impulsaba. Por supuesto, me rehusaba. Desde entonces llegué a reconocer que esa impresión es el Espíritu Santo “que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo…por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios (Moroni 7:16)
Esa fue la primera vez que sentí algo diferente. Simple, yo sé, pero fue el gran comienzo de un testimonio. Nunca olvidaré el sentimiento de que algo más allá de mí me alentara a ignorar las actitudes mundanas y buscar un mundo mejor. Al menos sabía que Dios estaba allí. Con el transcurrir del tiempo, empecé a buscar la mano de Dios en mi vida. Los principios del Evangelio comenzaron a tener más sentido y me convertí en un adicto al aprendizaje y a la absorción de las doctrinas enseñadas en el púlpito y en las Escrituras. Mi vida parecía ser perfecta. Me di cuenta de que era mucho más feliz. Los problemas de la vida parecían más ligeros a medida que intentaba vivir como Jesucristo. Finalmente, decidí servir en una misión a tiempo completo, pero fue mientras enseñaba el Evangelio en Mississippi y Louisiana que mi perspectiva comenzó a cambiar. Había oído objeciones a la Iglesia muchas veces en toda mi vida, pero por lo general las consideraba como farsas. En el pasado, leí con poco entusiasmo algunos documentos pero nunca les encontré alguna sustancia.
Un día cuando estaba estudiando personalmente las Escrituras, llegué a un pasaje que realmente me hizo empezar a dudar por primera vez desde que yo era un muchacho de catorce años. El pasaje estaba en Doctrina y Cinvenios y la interpretación del verso desafió mi razón. No lo había leído en ningún otro folleto… ¡estaba allí en las Escrituras! Me pareció totalmente desconcertante. Leí el pasaje una y otra vez sin éxito en resolver mi preocupación. Después de buscar en la Biblia, el Libro de Mormón y otras referencias, todavía estaba confundido y temeroso. En este momento de desesperación total, me arrodillé en una oración humilde preguntando a mi Padre en el Cielo, supliqué “¡me resisto a moverme de aquí a menos que tenga la respuesta!”. Nunca había orado con más fervor que en ese preciso momento. Al principio no vino nada. Pronto sentí el silencio, esperando y reflexionando. Sentí que debía leer el verso sólo una vez más… cuando lo hice, fue como si el Espíritu del Señor lo leyera en voz alta y de inmediato la respuesta vino con el testigo espiritual más poderoso que he visto. En un instante, mi miedo e ira desaparecieron. Luz, gloria y la verdad parecían salir de mí. No puedo recordar un momento en el que la vida pareciera más clara. ¡La respuesta vino! Mi testimonio por primera vez era algo más que la razón. Incluso mis anteriores experiencias de sentir el espíritu parecían pálidas si las comparáramos. Sabía que lo que estaba haciendo como misionero estaba bien. Sabía que la Iglesia era verdadera.
Sé que muchos están luchando, buscando y sintiendo sólo oscuridad. Lo único que puedo decir, “No se dé por vencido”. Continúe viendo hacia adelante y confíe en el Salvador. Sé que Dios responde las oraciones. Él desea que todos Sus hijos sientan Su amor. ¡El sí vive!
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